Guy Montag es un bombero y el trabajo de un bombero es quemar libros, que están prohibidos porque son causa de discordia y sufrimiento. El Sabueso Mecánico del Departamento de Incendios, armado con una letal inyección hipodérmica, escoltado por helicópteros, está preparado para rastrear a los disidentes que aún conservan y leen libros. Como 1984, de George Orwell, como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, Fahrenheit 451 describe una civilización occidental esclavizada por los medios, los tranquilizantes y el conformismo. La visión de Bradbury es asombrosamente profética: pantallas de televisión que ocupan paredes y exhiben folletines interactivos; avenidas donde los coches corren a 150 kilómetros por hora persiguiendo a peatones; una población que no escucha otra cosa que una insípida corriente de música y noticias transmitidas por unos diminutos auriculares insertados en las orejas. "Fahrenheit 451 es el más convincente de todos los infiernos conformistas". |
Era un placer quemar.
Era un placer especial ver cosas devoradas, ver cosas ennegrecidas y cambiadas. Empuñando la embocadura de bronce, esgrimiendo la gran pitón que escupía queroseno venenoso sobre el mundo, sintió que la sangre le golpeaba las sienes, y que las manos, como las de un sorprendente director que ejecuta las sinfonías del fuego y los incendios, revelaban los harapos y las ruinas carbonizadas de la historia.
Ray Bradbury, como gran maestro del relato corto que fue, usa un estilo muy ágil y directo, centrándose en lo esencial y golpeando al lector con frases cada vez más contundentes. No se anda por las ramas con descripciones innecesarias y, sin embargo, el mundo que nos muestra está tan bien detallado que resulta muy sencillo, incluso escalofriante, imaginarse viviendo en él. Velocidad e impacto son los rasgos primordiales de esta obra, como el bombardeo constante de la llamativa publicidad cargada de estridentes colores y sonidos que aturde a nuestros protagonistas. Con cambios de escena repentinos y emociones viscerales que nos sacuden por dentro y nos animan a seguir avanzando en esta endiablada persecución, corriendo en pos del ansiado desenlace y con la agonía de querer saber, de alcanzar el conocimiento que nos han negado.
Se trata de una novela corta, de apenas unas 200 páginas, estructurada en tres grandes capítulos. La lectura es muy fluida y se avanza por las páginas con rapidez, pero no os dejéis engañar por tanta inmediatez, se trata de una historia para nada volátil, las ascuas y cenizas se irán depositando lentamente en la piel del lector hasta envolverlo por completo en ese incómodo ardor que nos ha provocado el estallido de llamas, fuego y palabras abrasadas.
Los libros, la sabiduría que guardan, y, por consiguiente, la experiencia lectora que tanto nos gusta a quienes disfrutamos de la lectura por placer, son los verdaderos protagonistas de esta historia de represión, lucha y rebelión, más a nivel personal que de sociedad. Indispensable para cualquier amante de los libros. Imposible no angustiarse por el aciago destino de nuestros queridos amigos de papel. Imprescindible el mensaje final que transmite, pues un libro no es más que un montón inservible de celulosa si no hay unos ojos detrás que le arrebaten sus secretos.
Nos encontramos en Fahrenheit 451 una reflexión sobre la cultura y el pensamiento idónea en cualquier época, aplicable a cualquier tiempo y sociedad, pero sospechosamente parecida a la actual. Es asombroso pensar que esta novela fue escrita en 1953 y darse cuenta de lo vigente que está hoy en día el futuro que nos describe. ¿Es ahí hacia donde nos dirigimos como sociedad? ¿Está en nuestras manos ponerle freno a esta deriva intelectual? Puede que no exista una sola respuesta clara a estas preguntas pero, de haberla, seguramente la encontraremos en los libros.
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