La isla de Utajima sólo tiene unos mil cuatrocientos habitantes, y el perímetro de su costa no llega a los cinco kilómetros. En este remoto lugar, bañado por las olas y mecido por la brisa marina, tiene lugar una de las más bonitas historias de amor.
La sencillez de la vida de Shinji-san, nuestro protagonista, se nos muestra desde la página uno y nos envuelve rápidamente en un apacible bienestar. Sin embargo, una sola mirada, tan fugaz como repentina, pondrá en marcha el mecanismo que hará trastabillar la propia existencia de Shinji, haciéndole experimentar cosas que jamás habría siquiera podido imaginar. Así como el detonante de la historia es rápido y potente, el desarrollo es mucho más pausado. La historia se va creando poco a poco, dándole el tiempo suficiente a sus personajes para evolucionar junto con la trama, una trama sencilla pero muy bien llevada.
Las descripciones de la isla, del mar y de la vida de este pequeño pueblo de pescadores son precisas y detalladas, retratando un bonito rincón del mundo de tal manera que se puede hasta sentir el salitre en la piel mientras descubrimos curiosidades sobre ese tipo de vida, sobre sus gentes, sobre sus tradiciones y sobre su relación con la impresionante naturaleza que les rodea.
El argumento se va desgranando a medida que avanzan las páginas y, pese a su sencillez, consigue en algunos momentos clave mantener la atención e incluso preocupar al lector con lo que podría suceder a continuación. Sin embargo, el verdadero placer de esta novela es saborear cada palabra mientras escuchamos con atención el relato, hechizados por la voz del narrador, como niños sentados alrededor de una hoguera en una noche de cuentos.
Una historia de amor, sencilla, tierna y emotiva, que aunque mil veces contada, dejará su huella en el lector. No puedo más que recomendarla y esperar que la disfrutéis tanto como lo he hecho yo.
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